No hay razas humanas, pero abundan los racistas
La genética hace ya mucho tiempo que
llegó a la conclusión de que no existen razas en la especie humana. Sí las hay
en otras especies, como los perros o los chimpancés. No basta un color de la
piel para hacer una raza distinta. Un chihuahua canela y otro blanco o negro
pertenecen sin duda a la misma raza canina. Es de suponer, que, cuando hablamos de "raza", nos estamos refiriendo a un cierto
tipo biológico, fuertemente diferenciado dentro de una especie viva. A lo que
hoy habría que añadir que está determinado por los genes.
Toda la diversidad biológica que
podemos observar en las poblaciones humanas pertenece por entero a la misma
especie Homo sapiens. Así lo ha confirmado el reciente estudio del
genoma humano. La diversidad genética de los humanos tiene una historia
concreta, responde a la evolución de la especie en su expansión por el planeta
y su adaptación a los dispares condiciones geográficas, climáticas y
culturales, a lo largo de los últimos diez o doce mil años.
Aun habrá que repetirlo
insistentemente. El concepto de "raza" es erróneo; "no se puede
aplicar a la especie humana" (Cavalli-Sforza). Las incesantes migraciones
ocurridas desde la aparición de la especie han creado una casi perfecta
continuidad genética. Y la aceleración contemporánea de las migraciones
producirá una transformación genética de la especie humana en el sentido de un
mestizaje creciente. A largo plazo, habrá menos diferencias aún entre unas poblaciones
y otras, al tiempo que aumentará la diversidad de los individuos dentro de cada
población. En el futuro, la diversidad genética de la especie se mostrará más
ecuménicamente repartida.
Para la ciencia biológica, se derrumbaron ya las especulaciones sobre las razas humanas. Sin embargo, los prejuicios raciales y racistas permanecen muy arraigados y no pierden vigencia social, sin duda por el poder de las apariencias y por una manipulación económica y política interesada. Al no tener a mano el imprescindible análisis genético de nuestro congénere, que nos desvelaría nuestra estupidez por encasillarlo racistamente, lo cierto es que montamos nuestra teoría de las razas apoyándonos, más todavía que en el tono de la piel, en la indumentaria, el peinado y los adornos, el aseo o la suciedad, el buen porte o la mala pinta, los signos de la posición social, las creencias, la lengua o las costumbres. Todos éstos son rasgos culturales y no biológicos, curiosamente. Pero la idea de "raza" sigue viva en la sociedad, vacía de contenido racial, biológico, como máscara para legitimar toda clase de discriminaciones.
El racismo se ha definido por las relaciones hostiles y xenófobas contra individuos o grupos humanos bajo el supuesto de pertenecer a otra raza. En efecto, se trata de una actitud social que invoca un falso fundamento biológico. Porque lo que de verdad existen son los racistas. El racista expresa menosprecio hacia otras "razas", inspirándose frecuentemente en el delirio de una identidad racial privilegiada. Los postulados racistas de la pureza racial, la evitación de la mezcla y la consiguiente separación entre razas, en otros contextos etiquetados como preservación de la "pureza étnica", o de una radical "identidad cultural", aparte de carecer siempre del presunto origen puro y de ser a la larga algo inviable, conducirían a las afueras de la humanidad.
Yendo al fondo de la cuestión, conviene señalar que el racismo radica básicamente en la idea misma de raza, en la creencia de que existen razas como prototipos bien delimitados biológicamente, sea por el fenotipo o por el genotipo. De modo que racista lo es en germen todo el que cree que hay razas. Pues la idea y el sentimiento de pertenecer (o de que el otro pertenece) a un "tipo" humano dotado con un patrimonio genético peculiar no representa más que una derivación. Por eso no deja de ser racista el que defiende los derechos de la "raza inferior", ni siquiera el que defiende la igualdad de todas las "razas".
La fórmula adecuada estriba en la afirmación de la igualdad radical de todos los seres humanos, como miembros diferentes de la misma y única especie. Y es en nombre de esa igualdad en el que debe plantearse la exigencia de unos mismos derechos. Se trata de una reivindicación cultural e histórica. Porque ni la pobreza, ni el hambre, ni la incultura ni la marginación están programadas en los genes.
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